viernes, 7 de agosto de 2009

Tengo entre mis riquezas la sapiencia del fracaso

En uno de los habituales vaivenes del ánimo y la existencia otra vez veo que el futuro sigue sin tener un color definido para mí. Creí que sí, que esta vez era la definitiva, que por fin podía decir con la boca grande lo que quería hacer. Pero me he equivocado. No debería haber elegido aquello en lo que diariamente me tendré que comparar con la persona con la que comparto la vida. Sobre todo porque es mejor que yo y muchas veces, de manera inconsciente, me lo restriga por la cara.

Me revienta que no se de cuenta de que me duele, de que para mí es agobiante tener encima la presión y la realidad de que siempre me llevará ventaja, de que siempre será mejor que yo. Hasta ahora destacaba por algo, ahora estaré de nuevo a la sombra de otra persona. Y ni que decir tiene que trabajar en el mismo sitio y que la competencia sea palpable no va a ayudar en absoluto a calmar esta desazón.

Me siento mal, me siento inútil e incompetente. Ayer, viendo mi posible primer lugar de trabajo me di cuenta de que no voy a encajar. De que yo no sé hacer lo que hace él, de que haré el ridículo si alguna vez me llaman. Ayer me di cuenta de que no sirvo más que para trabajos de mierda en los que la dificultad y la responsabilidad brillan por su ausencia. Es un destino que me está costando asumir pero tendré que hacerlo tarde o temprano. No me queda más remedio.

Un fracaso de vida, un tiempo perdido y un porvenir que no me ofrece ninguna ilusión.